A veces, las películas llegan demasiado pronto, o lo hacen sin la fanfarria adecuada, o con una estrategia promocional que no sabe cómo vender algo realmente distinto. Eso fue lo que le pasó a El Imperio del Fuego (Reign of Fire, 2002), una película de fantasía postapocalíptica con dragones, con un reparto estelar encabezado por Christian Bale y Matthew McConaughey, y que, sin embargo, acabó haciendo equilibrios entre los estrenos de perfil discreto y la frontera de la serie B pura y dura. A dos décadas de su estreno, creo que sigue siendo una rareza injustamente tratada por la crítica y el público, una joya sepultada por la indiferencia de su tiempo que merece una revisión urgente.
Dirigida por Rob Bowman, conocido principalmente por su trabajo televisivo en Expediente X y por la película de Elektra (que no es algo precisamente de lo que alardear), El Imperio del Fuego llegó a los cines en 2002 con una propuesta difícil de clasificar: ¿era una película de monstruos? ¿Una de acción? ¿Una distopía a lo Mad Max con escamas y alas? La respuesta es: todo eso. La mezcla parece un auténtico combustible para cohetes espaciales, ¿verdad? Pues sno fue suficiente, ya que le faltó chispa: una dolorosa falta de personalidad cinematográfica, fue uno de los motivos que la condenaron a un tibio paso por taquilla.
Dragones, cenizas y una humanidad en las últimas
La premisa de El Imperio del Fuego es, sobre el papel, tremendamente atractiva. En un futuro no muy lejano, los dragones han resurgido desde las entrañas de la Tierra, reduciendo el mundo a una distopía de cenizas y ruinas. El Londres del futuro se ha convertido en un campo de batalla desolado donde los humanos sobreviven como pueden, escondidos, hambrientos y resignados a no ser ya la especie dominante del planeta.

En medio de este caos encontramos a Quinn, interpretado por un Christian Bale pre-Batman Begins, como líder de una pequeña comunidad de supervivientes refugiados en un castillo. A su lado, un joven Gerard Butler pre servicio militar en Esparta hace de fiel compañero. Su rutina se ve trastocada por la llegada de un grupo de militares estadounidenses comandados por un inolvidable Matthew McConaughey en uno de los papeles más pasados de rosca, y deliciosamente disfrutables de su carrera. Su misión: matar al macho alfa de los dragones, el único capaz de reproducirse y, por tanto, la clave para extinguir la amenaza.
Este planteamiento, que combina la épica de Beowulf, la angustia distópica de The Road y el espectáculo de Mad Max, prometía una película tan original como entretenida. ¿Dragones contra los helicópteros de combate de Tropas Irregulares de Kentucky? Dámero todo. Pero el resultado final, aunque con destellos de genialidad, quedó marcado por una producción accidentada y una dirección algo anodina.
Un reparto que se come la pantalla… y a los dragones
Si hay algo que salva, y eleva, a El Imperio del Fuego son sus actores. Christian Bale, como siempre, se toma su papel en serio y construye un personaje creíble, curtido por la supervivencia y con una mirada que transmite todo el peso de un mundo en ruinas. Su Quinn no es un héroe de acción al uso, sino un líder cansado, vulnerable, con cicatrices físicas y emocionales. El propio Bale llegó a proponer interpretar al personaje como un hombre casi esquelético, pero el rodaje de las escenas de acción acabó por imponer una forma física más "heroica".
Musculado, tatuado y rapado, McConaughey ofrece una interpretación tan exagerada como magnética
Pero la estrella absoluta es, sin duda, Matthew McConaughey. No hay dragón qu ele haga sombra: su Denton Van Zan es una mezcla imposible entre general romano, cazador de monstruos y predicador apocalíptico. Musculado, tatuado y rapado, McConaughey ofrece una interpretación tan exagerada como magnética. Cada una de sus apariciones en pantalla añade energía a una historia que a veces se pierde entre tanto gris. Su duelo contra el dragón alfa sigue siendo uno de los momentos más adrenalínicos del cine fantástico de los 2000, y una muestra de cómo se puede dar vida a un personaje que en manos de otro actor habría sido una simple caricatura.

Una mitología original que supo aprovechar los recursos disponibles
Pese a las limitaciones presupuestarias, y a una fotografía que tiende al gris ceniza y al naranja napalm de manera casi enfermiza, El Imperio del Fuego logró construir una mitología coherente y sugerente. Los dragones, por ejemplo, no son criaturas mágicas ni sabias como en El Hobbit, sino depredadores ancestrales, fuerzas de la naturaleza que se comportan más como plagas que como retorcidos villanos dispuestos a proteger su tesoro. Su diseño biológico fue tan efectivo que. Tal como señala Juego de Tronos.
Apostó por un tono más serio y crepuscular cuando el cine de monstruos no estaba en su mejor momento
La película no se contenta con meter dragones en un escenario moderno: los integra en un ecosistema de miedo, hambre y desesperación. Es verdad que no hay mucho desarollo científico tras la idea de los dragones, pero tampoco es algo que se eche de menos: yo tampoco soy químico y entiendo que no es bueno que me entre ácido fluoroantimónico en los ojos. La gente no se enfrenta a los dragones como héroes medievales, sino que los temen como si fueran tornados o volcanes: una fuerza de la naturaleza a la que se sobrevive o no. No hay armaduras ni espadas mágicas, ni grandes héroes legios por el destino, solo tanques oxidados, helicópteros sin combustible y hombres con lanzas improvisadas. El tono es sombrío, casi nihilista, y ese riesgo creativo es digno de elogio, incluso si no siempre termina de cuajar en pantalla.
Además, hay momentos de brillantez narrativa como la escena en la que Bale y Butler representan El Imperio Contraataca para entretener a los niños del refugio, recontextualizando la mitología pop de Star Wars como leyenda oral en un mundo sin futuro. Es una escena que resume perfectamente el espíritu de la película: una mezcla de homenaje, reinvención y supervivencia cultural.

Bowman, un director con más oficio que personalidad
Y aquí es donde el proyecto empieza a hacer aguas. Rob Bowman tal vez no fuera la mejor elección para un material tan ambicioso. Su dirección es correcta, funcional, pero adolece de una falta de personalidad que impide que el conjunto brille más allá de sus ingredientes.
Las escenas de acción, aunque potentes, no terminan de encontrar un buen ritmo memorable en la trama. Las atmósferas, pese a la excelente dirección de arte, a veces se vuelven repetitivas, seguramente debido a que el rodaje prácticamente se desarrolla en fábricas abandonadas y descampados llenos de chatarra. Pero George Miller hizo maravilla con el desierto de Furia en la Carretera y, bueno, no era más que desierto... Y la narración, especialmente en su tramo medio, sufre de altibajos y momentos predecibles. Uno no puede evitar pensar que en manos de otro director, El Imperio del Fuego habría alcanzado el estatus de culto, o incluso haberse convertido en el inicio de una franquicia ambiciosa.

¿Habrá una secuela? Los rumores no mueren del todo
A pesar de su tibia recepción en 2002, El Imperio del Fuego ha ido ganando adeptos con los años. El boca-oreja entre los aficionados ha hecho que, de vez en cuando, resurjan rumores sobre una posible secuela. Nada oficial, claro. Pero en entrevistas pasadas, del reparto como el propio Bale se han mostrado dispuestos a volver a ese mundo, y algunos fans han fantaseado con un regreso que explore lo que ocurre después de la caída del macho alfa. ¿Una sociedad que intenta reconstruirse? ¿Nuevas mutaciones dracónicas? ¿Otros focos de supervivientes en otras partes del mundo?
Desgraciadamente, Hollywood parece poco dispuesto a arriesgarse con proyectos de fantasía original que no vengan avalados por franquicias consolidadas. Y aunque el revival de los 2000 esté en plena ebullición, cuesta imaginar a un ejecutivo apostando hoy por resucitar una película que en su día apenas se mantuvo a flote en taquilla.

Un dragón que sigue rugiendo
El Imperio del Fuego no fue el taquillazo que merecía, resucitando los fantasmas de otras interesante propuestas de fantasía y ciencia ficción como El Libro de Eli, que tampoco logró hacerse un hueco en la primera década de los 1000 a pesar de sus buenas ideas. Pero tampoco el fracaso que muchos quisieron ver ya que a día de hoy siguen contando con una base de fans bastante sólida, entre los que me cuento. El Imperio del fuego fue una película valiente, distinta, que supo reinventar el mito del dragón con una perspectiva apocalíptica, y que apostó por un tono serio y crepuscular cuando el cine de monstruos no estaba en su mejor momento.
Puede que Rob Bowman no fuera la patata más crujiente de la bolsa, pero el mundo que construyó, aunque imperfecto, merece mucho más respeto del que recibió. Y si algún día alguien decide desempolvar las cenizas de esta historia, puede que encuentre a un público más motivado por probar algo original. Hasta entonces, siempre nos quedará la posibilidad de volver a ella, de redescubrirla, y de reivindicar que El Imperio del Fuego fue, sin lugar a dudas, una de las películas más injustamente tratadas de los últimos 25 años.
En 3DJuegos | Es una peli de ciencia ficción que pasó sin pena ni gloria pero que hizo lo mismo que ahora pretende la saga Predator
Ver 6 comentarios